martes, 30 de enero de 2018

La Cofradía de la Entrada de Jesús en Jerusalén


Siempre que me planteo escribir sobre la Semana Santa alcalaína me suelo encontrar con el mismo problema: encontrar un nuevo enfoque evitando repetir lo que ya había dicho en otras ocasiones. Sin embargo en esta ocasión, y gracias a la conversación que mantuve con un miembro de una de las cofradías penitenciales, di al fin con el tema que hasta entonces había estado buscando sin éxito, por lo que muy gustosamente me pongo en faena.

Para empezar, conviene dejar claro que, si bien la Semana Santa de Alcalá ha experimentado una indiscutible mejora en los últimos años hasta alcanzar unos niveles muy dignos, cometeríamos un grave error durmiéndonos en los laureles y considerando que todo está ya hecho. No, ni mucho menos, es mucho lo que hemos avanzado, pero es mucho también el recorrido que todavía nos queda por delante, y sería muy positivo que todos nosotros fuéramos conscientes de ello en lugar de conformarnos con el tópico que tanto hemos oído estos últimos años -discutible, además- de que la Semana Santa complutense es la mejor de la Comunidad de Madrid. Porque aunque lo fuera, no sería suficiente.

Pero vayamos al grano. Ya de por sí es un mérito que, pese a los tiempos de vacas flacas que corren, la Semana Santa alcalaína no sólo haya mantenido su nivel, sino que incluso lo haya incrementado pese a las profundas crisis que han sacudido a algunas de las cofradías. De hecho, en los últimos años han sido dos las nuevas cofradías que se han incorporado a ella, la de Cristo Resucitado y la de Jesús Despojado, lo cual no es poco aunque en el otro platillo de la balanza haya que colocar las crisis de diferente índole por las que han atravesado algunas de las antiguas, las cuales es de desear que se solucionen definitivamente.

Sin embargo, y si nos ceñimos a lo que pudiéramos catalogar como asignaturas pendientes, hay una que aparece a mi modo de entender como prioritaria: la ausencia de una cofradía propia para el paso de la Entrada de Jesús en Jerusalén, o laBorriquilla, si se prefiere su denominación tradicional.

Como es sabido, fueron fruto de sendas iniciativas municipales las adquisiciones de los pasos de Jesús Resucitado en 2004 y de la Borriquilla en 2006, con objeto de completar la Semana Santa con las procesiones de los dos Domingos, el de Ramos y el de Resurrección, la primera de las cuales se venía celebrando ya desde hacía algunos años, aunque sin imágenes, mientras la segunda era inexistente. Y, como suele ocurrir en estos casos, aunque trajo consecuencias positivas creó también unas servidumbres que todavía hoy distan de estar resueltas.

Me explicaré. Para que una procesión se consolide no basta con que ésta se cree ni con que se adquiera un paso nuevo, dado que es fundamental que exista una cofradía u hermandad que se haga cargo de ella. Se puede discutir sobre si es preferible que se cree antes la cofradía, como ha venido siendo lo más habitual, o si por el contrario se puede empezar por la procesión y esperar luego que la cofradía aparezca tal como ha sucedido con la del Resucitado, pero en cualquier caso esta última circunstancia sólo es admisible si se limita a ser una mera fase provisional, porque lo que está claro es que sin cofradía resultaría muy difícil mantener una procesión de estas características con carácter indefinido.

Desconozco si esto se tuvo en cuenta a la hora de adquirir estas imágenes, pero lo cierto es que ha habido que esperar diez años para que una de ellas, la del Resucitado, pudiera contar con una cofradía propia, mientras la otra, la de la Borriquilla, lleva ya once años -serán doce con la de este año- participando en la Semana Santa alcalaína sin tenerla y sin que al día de hoy, por lo que yo sepa, haya indicios de que esta situación vaya a cambiar, al menos en un futuro inmediato.

La verdad sea dicha, y sería injusto no reconocerlo, las cofradías que asumieron la organización por turno de estas dos procesiones cumplieron intachablemente con su responsabilidad, razón por la que no encuentro nada negativo que achacarles... pero, insisto, lo que puede ser aceptable como medida provisional no tiene por qué serlo como fórmula definitiva. Y, aunque el tema de la procesión del Domingo de Resurrección ya está resuelto, todavía queda pendiente la del Domingo de Ramos.

Asumamos, pues, como planteamiento de base, que sería muy conveniente la creación de una cofradía que se hiciera cargo de esta procesión. Pero, ¿cómo debería ser ésta?

Bien, para empezar hay que tener en cuenta que, aunque esté incluida en el ciclo de la Pasión, la Entrada de Jesús en Jerusalén, que éste vendría a ser su nombre oficial, tiene bastante más de advocación de gloria, por usar la terminología cofrade, que de penitencia, dadas sus características particulares; no se trata de una procesión que rememore la Pasión y muerte de Cristo, sino su exaltación jubilosa. Así pues, ha de ser una procesión alegre.

Por otro lado, esta procesión siempre ha estado tradicionalmente vinculada a la infancia en muchos de los lugares en los que se celebra. Así lo entendió la Asociación de los Santos Niños cuando adquirió en 1931 una imagen de la Borriquilla con objeto de procesionarla en la Semana Santa complutense; lamentablemente las restricciones impuestas ese mismo año por la recién proclamada II República, y el estallido cinco años después de la Guerra Civil, truncarían de raíz esta iniciativa, no siendo sino hasta tres cuartos de siglo más tarde cuando se pudo recuperar con una nueva imagen -la primitiva quedó destruida en la guerra- en las condiciones anteriormente expuestas. Es por ello por lo que resultaría muy interesante retomar esta tradición involucrando a los chavales de la Cruz de Mayo, o la nueva Asociación Diocesana de los Santos Niños e incluso a los colegios, tal como se viene haciendo desde hace algunos años con notable éxito, en la celebración de la Reversión de las reliquias de los patronos complutenses.

Es importante, pues, que se constituya una hermandad, o cofradía, de la Entrada de Jesús en Jerusalén, tanto para consolidar la procesión actual como para descargar a las demás cofradías de esta responsabilidad. Pero es todavía más importante, y yo diría que fundamental, para constituir lo que podríamos denominar una cantera, o vivero, de futuros cofrades, dado que ésta sería la puerta de entrada de unos chavales que posteriormente, al crecer y hacerse adultos, podrían enfocar sus inquietudes hacia el resto de las cofradías existentes. Asimismo dado que el resto de las cofradías, excepto la de Jesús Despojado, procesionan durante el resto de la Semana Santa, le resultaría posible contar con cofrades procedentes de éstas, tal como sucede en otras ciudades españolas.

¿Utópico? No menos hubiera parecido, no hace demasiados años, pensar que Alcalá llegaría a contar con diez cofradías penitenciales, y ahí están todas ellas. Y aunque las comparaciones sean odiosas, cabe recordar que no fue hasta la Semana Santa de 2014 -de hecho al escribir la primera versión de este artículo todavía no tenía noticias de su existencia- cuando Madrid pudo recuperar esta procesión, que también había perdido hacía varias décadas, aunque en esta ocasión fue gracias a una nueva cofradía que, pese a su bisoñez, se encuentra hoy perfectamente asentada y cuenta con los excelentes pasos de Jesús del Amor, la Virgen de la Anunciación y San Juan Evangelista. Ojalá nos pudiera servir de ejemplo.


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